PANCHO VILLA: EL CENTAURO DEL NORTE Y SU LEYENDA REVOLUCIONARIA

“Tornando el Destino: La Epopeya de un Joven Desamparado que Emergió como Líder Carismático de la Revolución Mexicana. Explorando las Leyendas y Realidades de una Figura que Guió el Camino hacia el Desafío del Poder Establecido. Contrastes con Emiliano Zapata y el Épico Día en que ‘Traspasó Fronteras’ hacia Estados Unidos.”

Después de lograr su independencia en 1811, México entró en un período siniestro donde todo el país se convirtió casi en un feudo, con el poder en manos de los que tenían dinero y privilegios, dirigidos todos por José de la Cruz Porfirio Díaz.
Ese período llamado “Porfiriato” se extendió durante varias décadas, en medio de las cuales nació Doroteo Arango Quiñones en 1878.

Aunque estos datos pueden parecer un tanto confusos por la información dispersa que existe, lo cierto es que la historia de su abuelo, de apellido Villa, y la suya personal se fueron conjugando a medida que se fue popularizando el nombre de Francisco con el agregado del apellido del abuelo.

Así fue como apareció Pancho Villa, un hombre que tuvo una niñez muy difícil. Huérfano y pobre, no tuvo ningún tipo de cuidados y, por supuesto, no asistió a colegio alguno. Sin saber leer, deambulaba por ahí y solía vincularse con los bandoleros de la zona. Durante su adolescencia tenía los antecedentes propios de un verdadero marginal, pero al mismo tiempo se vinculaba con los campesinos de la zona de Chihuahua, con quienes mantendría un vínculo central hasta su muerte.

Cuando en 1910 se produce el levantamiento de Francisco Madero, la revolución democrática que logró derrocar a Porfirio Díaz, él era un simple muchachito que apoyaba el movimiento.

Entendía que el movimiento que se había producido era favorable a sus amigos, es decir al pueblo, y con lo poco que entendía de política comprendió que allí se estaba iniciando algo diferente que con el tiempo dio lugar a lo que se llamó Revolución Mexicana.
Años después, el historiador y politólogo mexicano Adolfo Gilly llamaría a este período como “la revolución interrumpida”, porque fue un proceso que tuvo un gran ímpetu y conmocionó en su aparición al resto del mundo.

Recuerdo personalmente que Arturo Jauretche decía que él había empezado a interesarse por la política cuando la Revolución Mexicana de 1910 le demostró que el pueblo podía gobernarse por sí mismo y sacarse de encima a los dictadores.

Lo cierto fue que la influencia de este muchachito, Pancho Villa, creció de una manera inesperada, sobre todo en la zona norte de México, en Chihuahua, donde lo sostenían fundamentalmente los sectores agrarios.

Es decir, los pequeños productores que habían sido esquilmados y saqueados por el “Porfiriato” empezaron a encontrar en él a un líder, a una expresión nueva, alguien que los entendía y que estaba dispuesto a defenderlos.

En ese momento, en el sur de México se estaba produciendo un proceso similar con un tal Emiliano Zapata, un hombre que también consiguió el apoyo de los productores agrícolas, en este caso del Sur.

Zapata tenía un perfil totalmente distinto al de Pancho Villa. Era la contracara. Se trataba de un tipo de modales prudentes, digamos poco violentos, que a partir de 1913 se fue consolidando en la zona de Chihuahua y llegó a ser gobernador.

Acá surgió un aspecto que no fue tomado en cuenta, porque los historiadores del sistema generalmente obvian todo lo positivo que hacen los caudillos. Lo hacen intencionadamente para demostrar que son personajes brutales, asesinos, dictadores.

Pero aquí lo que se produjo fue que Pancho Villa empezó a construir una importantísima cantidad de escuelas y a preocuparse por resolver los problemas más importantes que tenían los productores agrarios de México.

Sin embargo, como en toda revolución de este tipo, hubo otros sectores que también hicieron su aparición: los representantes de la emergente burguesía mexicana.

Madero, el líder el principio de la revolución, era un hombre tibio, diríamos un socialdemócrata que temía tomar determinadas medidas. Entonces se encontró con que Villa había iniciado una serie de confiscaciones de tierras a los grandes hacendados. No sólo hizo una obra progresista en el plano educativo y de salud, sino que también impulsó una política muy activa en cuanto a la distribución de la tierra.

Por supuesto, esto fue mal visto por los sectores que fueron conformando la derecha mexicana, de la cual los principales exponentes iban a ser – después de Madero, que va desapareciendo de la escena – Álvaro Obregón y Victoriano Huerta, dos figuras contra las cuales tuvo que batallar Pancho Villa.

Digo batallar porque él no sólo fue un político revolucionario, sino un guerrillero. Fue un hombre que armó sus considerandos fundamentales con el ejército armado y consciente de los objetivos que eran necesarios para el pueblo mexicano.

Entonces, hubo un período que se inició entre 1913 y 1914 en el que mientras Villa era elogiado y valorado por los sectores progresistas del mundo, recibía las críticas de los poderosos y de los grandes medios.

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Ahí estaba Estados Unidos, por supuesto, que había bombardeado Veracruz tiempo antes. No les causaba ninguna gracia el surgimiento de un caudillo agrarista popular, una figura que pusiera en cuestionamiento nada menos que la propiedad.

Sobre Pancho Villa se fue creando todo un mito que hacía especial hincapié en que tuvo 30 mujeres y que aplicó fusilamientos. Más allá de lo que pudiera verificarse, lo cierto es que tenía una personalidad tan desbordante que preocupó muchísimo a Estados Unidos, al punto que llegaron a poner precio por su cabeza.

La reacción de Villa no se hizo esperar. En marzo de 1916 se atrevió a cruzar la frontera de México con EE.UU., imponiendo su voluntad en el pueblo de Columbus, un hecho que pasó a la historia como un enfrentamiento poco común en la historia de los caudillos latinoamericanos.

La lucha entre las distintas fracciones dio lugar a alianzas temporarias, como la de “Agua caliente” entre la división del norte de Pancho Villa con la división del sur de Emiliano Zapata. Los dos grupos no consiguieron mantener la unidad por distintos criterios en los modos de actuar, diferencias que naturalmente fue aprovechada por el enemigo.

Así fueron surgiendo figuras sostenidas por la derecha mexicana y del exterior. Victoriano Huerta fue una de las principales, logrando en determinados momentos el predominio sobre México.

Esto obligó a Villa a retirarse a sus dominios, la zona del norte de México donde tenía una especie de estancia de 25 mil hectáreas que le habían otorgado por sus acciones anteriores. En ese lugar permanece en paz, sin actuar durante un tiempo. Si bien su figura y prédica fueron creciendo, la revolución se empantanó, se congeló y fue el general Lázaro Cárdenas el que comenzó una nueva redistribución de la tierra, logrando que se produzcan estos fenómenos de cambios importantes impulsados por gobiernos populares como el de Andrés Manuel López Obrador, en este momento.

Pero el enemigo no estaba quieto por la presencia de Villa y su influencia sobre miles de hombres armados.

Villa tenía con una concepción muy clara acerca de lo que debía hacerse por la dignidad y la independencia de México. A tal punto que el país se convirtió, en el plano internacional, en uno de los que más protegió a los desvalidos y a los exiliados. En otras palabras, no jugó el juego de las grandes potencias imperiales, sino todo lo contrario.

Después de aquella experiencia de 1916 Villa se replegó un tiempo y actuó en su zona con total independencia, casi como si fuera un país distinto. Pero el enemigo le hizo una emboscada y lo acribillaron con 12 balazos.

Ahí terminó la vida de este chico desvalido que se convirtió en caudillo popular, pero al mismo tiempo comenzó una historia mítica que se encargó de destacar sus principales valores y el mensaje que dejó a los pueblos para expresarse contra el poder, creando una sociedad distinta.

Villa no era un hombre de letras, se fue formando en contacto con el pueblo y consideró que el reparto de la tierra, la educación y la salud pública eran los objetivos de un México verdaderamente revolucionario.

Para eso había hecho la revolución.